martes, 14 de octubre de 2008

Abrazo


  • 2 niñas mexicanas en festejo
  • El polemico video de shakira junto
    al hijo del ex presidente
  • Amantes por 6.000 años en
    Montova (Italia)
  • Acto sexual.
"La mayor parte de las personas no nos abrazamos de modo espontáneo, ni siquiera lo hacemos con las personas amadas. Parece que reservamos el abrazo para el acto sexual, para momentos de máxima alegría o las situaciones más trágicas de la vida"

El hombre es el animal que más barreras pone en lo que se refiere a su relación interpersonal. Está demostrado que todos los animales de sangre caliente necesitan el contacto físico para mantener estables sus constantes biológicas, del mismo modo que está demostrado que los animales que viven solitarios, sin acercamiento a otros animales, sufren más enfermedades, son más débiles y mueren más jóvenes. El hombre progresivamente tiende a disminuir el contacto físico con quienes le rodean, las expresiones de afecto son muy controladas y, aunque en el lenguaje se utilicen expresiones que puedan indicar otra cosa, en la práctica no es así. Terminamos la carta a un amigo enviándole un ABRAZO, abrazo que no sueles darle cuando te lo encentras, y lo mismo ocurre con los BESOS. Aunque se haya establecido la costumbre de que los amigos se besen al encontrarse, el beso suele estar más desprovisto de emoción que el antiguo apretón de manos.

Las relaciones de ternura son frías en la mayoría de la gente, se viven como conveniencias sociales, y muy raramente como manifestaciones de afecto.

Desmond Morris señala que
el miedo puede ser la causa de la inhibición de muchos a la hora de manifestar cariño: “La inhibición que afecta a todo tipo de relaciones está condicionada por el miedo a algo. La que afecta a las relaciones entre padres e hijos -¡cuidado, Edipo!-, entre hermanos -¡cuidado con el incesto!-, entre amigos del mismo sexo -¡cuidado con la homosexualidad!-, amigos de sexo opuesto -¡cuidado con el adulterio!- y a los conocidos en general -¡cuidado con la promiscuidad!-. Todo eso puede comprenderse, pero es absolutamente innecesario”, innecesario y peligroso añadiríamos, dado que al inhibir nuestras muestras de afectividad anulamos una parte de nuestra capacidad emotiva, nos hacemos más lejanos y huraños, la capacidad de actuar de modo humano, espontáneo y no controlado se reduce hasta anularse. La proximidad entre las personas disminuye su agresividad, mejora el estado de ánimo y ayuda al equilibrio psíquico y físico del organismo. Por ello resulta incomprensible que exista cierta tendencia a educar en el control del contacto físico y que, incluso, para algunos sea sinónimo de perversión o descontrol. Leo buscaglia, norteamericano aunque de origen italiano, que es considerado por sus compañeros, profesores universitarios, como un defensor del abrazo, explica que después de una conferencia le gusta abrazar a la gente que le ha escuchado y que, cierto día, al ser entrevistado en un programa televisivo, le dijo el presentador:”A mí no me gustan las muestras de afecto, ahórrese por lo tanto sus famosos abrazos”; él se negó a que le entrevistaran y se marchó. Escribe: “La mayor parte de las personas no nos abrazamos de modo espontáneo, ni siquiera lo hacemos con las personas amadas. Parece que reservamos el abrazo para el acto sexual, para momentos de máxima alegría o las situaciones más trágicas de la vida. La necesidad de contacto físico se acentúa al parecer en momentos de catástrofe. Tras un accidente o una inundación nos lanzamos en brazos de los demás, buscando seguridad y consuelo. Es curioso que hombres habitualmente fríos y distantes, después de ganar un partido de cualquier deporte, comiencen a abrazarse y besarse efusivamente”. Buscaglia incide en que la persona cuando vive emociones intensas necesita mostrarse efusivo y manifestar sus sentimientos de modo explosivo, y es capaz entonces de superar inhibiciones y dejar de controlarse.

Hay pues una vida cotidiana en la que las emociones permanecen bajo control, en la que se vive pendiente de lo que debe hacerse, y momentos en los que liberamos nuestros sentimientos y los compartimos con los demás; éstos serían los momentos más humanos de nuestra conducta, los que nos permitirían manifestar nuestro modo de ser y sentir, los que nos permitirían sentirnos nosotros mismos.

Si hemos de convenir en que
las manifestaciones efusivas son buenas y necesarias para el desarrollo de nuestra afectividad y, en definitiva, para el equilibrio de nuestra personalidad, más contundente será todavía la necesidad de manifestaciones de afecto entre dos personas que se aman. La reducción del contacto físico a las situaciones de encuentro sexual supone una grave limitación de la comunicación en la pareja y, al mismo tiempo, incide también en la calidad de la relación sexual, pues quien no sabe acariciar o no acaricia con frecuencia a la persona amada, difícilmente vivirá una sexualidad en la que se manifiesten los incontables matices que alberga.
Si dejáramos la relación sexual como única manifestación propia del amor de la pareja, ésta sería la primera en resentirse;
Theodore Rubin intenta explicar que últimamente se ha mitificado en exceso el conocimiento de las técnicas sexuales, y eso puede haber supuesto un alejamiento de las manifestaciones de afecto de carácter más gratuito o sin posterior intencionalidad. Escribe: “Para la sexualidad de cualquier pareja es contraproducente y produce insatisfacción y discordia un exceso de énfasis en la pura pericia mecánica de las relaciones sexuales; el afán de cumplir, la creación de una figura de amante ideal hace que progresivamente el sexo se disocie del amor”. El doctor Rubin es más contundente:
El atletismo sexual no proporciona satisfacciones más duraderas y más profundas e inevitablemente conduce al desengaño, desengaño que es destructivo para todos los aspectos de la relación.”
El sexo sigue siendo
el centro de la relación amorosa y es imprescindible para ella y para la preservación de su especificidad; sin embargo es preciso advertir que el sexo sin ternura es un sexo limitado, un sexo mecánico. El sexo necesita la ternura para alcanzar su más amplia posibilidad de expresión afectiva.

La vida doméstica se convierte en una continuo rosario de
obligaciones y tediosas costumbres, como mirar la televisión, que ocupa el espacio temporal que podría dedicarse a compartirlo con la persona amada. Sería trivial preguntar a un ciudadano qué le resulta más atractivo, dar un beso a su pareja y acariciarla mientras conversan o mirar la teleserie. Puede parecer que la respuesta sería incuestionable pero, en cambio, una observación de la vida cotidiana nos demuestra que no ocurre así; parece que prefiramos vivir las emociones de los otros, no las propias emociones.

Las personas que viven en soledad podrían explicarnos cómo añoran el calor de la compañía, qué injusto es negar el calor a quien supuestamente amas. Si la apatía gana terreno y adviertes que tiendes cada vez más a acariciar menos a la persona que amas, descubre que haciendo un esfuerzo podrás recuperar el deseo de buscar
el cuerpo de tu compañero y gozar de nuevo la experiencia de dar y recibir amor.

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